La
derrota de la U en Argentina
originó un desfile de apóstoles que iluminaron su propia estupidez mediante la
irrisoria superposición del efecto sobre la causa: son los ridículos analistas
del hecho consumado. Y claro, incapaces de estudiar las variables antes de saber
el desenlace, su charlatanería sólo adquiere vigor cuando ya conocen el resultado
final. Entonces ahora, luego de la caída, resulta que los seleccionados azules
están cansados, que Sampaoli debió dosificar el plantel ante Cobreloa y que los
dirigentes no debieron vender ni a Eduardo Vargas ni a Marcos González.
Pamplinas grotescas de una prensa cada vez más pueril e insufrible.
La
lectura del partido es simple: la U
perdió dos pelotas que estaban recuperadas y la línea de 3 fue incapaz de hacerle frente a la urgencia; por el mismo motivo pudo recibir perfectamente dos goles
más; los apremios se acabaron con el ingreso de Paulo Magalhaes quien,
precisamente, entró para que la zaga conformara una línea de 4; y, para
terminar, la Universidad
de Chile sólo generó riesgos intermitentes debido al gran poder de anticipación
que posee Boca.
En
este blog hemos comentado hasta el cansancio que es prácticamente suicida jugar
con 3 zagueros como visitante: fue funesto en Medellín, en Quito y ahora en
Buenos Aires. Por lo demás, la U
tuvo sus mejores actuaciones en calidad de forastero cuando empleó 4 defensas:
ante Flamengo en Río y Liga Deportiva en Ecuador. ¿Por qué Jorge Sampaoli
insiste en conformar su retaguardia de esta manera? Sólo porque es un DT
intrépido que no le teme al fracaso.
El
asunto es cómo derrotar a los bosteros en Santiago y la clave, al igual que
ante Deportivo Quito, será la distribución del mediocampo. Como Lorenzetti
estuvo muy aislado, tal vez el ingreso de Marino proporcione más equilibrio en
ese sector. Esto obligaría a sostener una línea de 3 compuesta por Paulo Magalhaes, Osvaldo González y José Rojas; es decir, se asumiría un riesgo aún mayor. Que así sea. Otro aspecto
relevante consistirá en imponer el desborde por ambas puntas para que los
aleros logren centrar hacia atrás: Matías Rodríguez y Eugenio Mena son quienes
habitualmente cumplen dicha función. Marcelo Díaz y Charles Aránguiz completan
el centro del campo y es en ofensiva adonde se presentan mayores dudas: pueden
ingresar desde el principio Junior Fernandes y Ángelo Henríquez, aunque
Sebastián Ubilla mostró cualidades muy interesantes que lo convierten en una
opción válida.
La
misión es ardua y para los medios de información trasandinos es realmente imposible.
Veremos. Lo importante es saber leer correctamente lo que aconteció en La Bombonera. Ya nos referimos a
los asuntos negativos y aunque los periodistas chilenos no reparen en ello,
también es posible efectuar una observación positiva: Boca prevaleció en el
inicio de ambos tiempos, pero al final de ellos fueron los azules quienes se
acercaron a las inmediaciones del área local. Conclusión: los bonaerenses sólo
aguantan 30 minutos por lapso y la Universidad de Chile no tendrá más remedio que
apostar por el vértigo constante para que el rival corra mucho sin pelota y así
acelere su desgaste. Esto resultará inútil si se insiste en levantar el balón: los
azules deben ganar la línea de fondo y centrar atrás de forma rasante, pues los
antagonistas son espigados.
Por
desgracia se vienen las ratas blancas y aquello puede distraer el objetivo principal.
Sólo queda esperar que Jorge Sampaoli le dé prioridad a la revancha del día
jueves por la Copa. El
equipo de Pinochet puede esperar y hay jugadores que ante Cobreloa se vieron
muy bien: Albert Acevedo, Igor Lichnovsky y Roberto Cereceda. Otros pueden
hacerle daño a Coco Loco con su velocidad: Felipe Gallegos, Francisco Castro y
Raúl Ruidíaz.
Fuerza
a todos los azules y jamás olvidemos el rasgo combatiente de este club. Que den
por muertos a nuestros jugadores puede ser provechoso: están acostumbrados a
convertir el cotillón en lágrimas.
¡Vamos
con todo, mierda!
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