Lo
que más molesta de la eliminación que acaba de sufrir la Universidad de Chile
en Sao Paulo es que su principal causa fue la obcecación de Jorge Sampaoli,
pues su estrategia ya no es compatible con la calidad del plantel y aquello ya
había quedado expuesto tras la llave con el Emelec: si recordamos las tapadas y
los mano a mano que debió sortear Paulo Garcés en Guayaquil, nos daremos cuenta
de que el 3 a
0 del primer tiempo poseía un antecedente que el casildense omitió:
últimamente, los delanteros rivales enfrentan cara a cara a los arqueros azules
al menos tres o cuatro veces por partido. Sólo la ineficacia de los
ecuatorianos evitó que la U
fuese eliminada en octavos de final, la misma ineptitud que enseñaron los jugadores
de la UC en el
último clásico universitario: de no mediar la gran actuación del ya mentado
Paulo Garcés, la U
perdía el partido de manera ridícula.
¿Por
qué está ocurriendo semejante estupidez? Simple: cuando la Universidad de Chile
tiene la pelota sólo se queda con dos hombres en el fondo y no con tres, como
sí acontecía el año pasado con Marcos González, Osvaldo González y José Rojas.
De esta manera, hoy en día cualquier balón perdido genera llegadas a fondo por
parte de los adversarios, quienes, por lo demás, ya conocen el juego azul y
optan por replegarse, incluso cuando actúan de local. Esta ceguera por parte de
Sampaoli convirtió a la U
en un cuadro predecible e inocente que, para más remate, ni siquiera tiene
pierna fuerte.
El
DT ha exhibido muchos desaciertos a nivel internacional durante este semestre y
la prueba es que en la mayoría de los encuentros debió realizar al menos dos cambios
apenas comenzado el segundo tiempo. Ocurrió ante el Kashima cuando salió con tres
delanteros que causaron un vacío en el mediocampo, ocurrió en los dos pleitos
con el Emelec y en los dos ante Sao Paulo. En suma, su tendencia ha sido errar
el planteamiento desde el principio. Sólo en los partidos disputados ante el
Santos pudimos ver a una Universidad de Chile en plenitud, aunque, por supuesto,
faltaron los goles.
En
cuanto a aquello, es cierto que los refuerzos en delantera han sido discretos:
la debilidad física de Sebastián Ubilla resulta insoportable, basta que le
tiren el hombro encima para que pierda el balón. Como si eso fuera poco, estuvo
lesionado casi todo el semestre. Por otra parte, si bien es encomiable el
empeño de Enzo Gutiérrez, se trata de un jugador muy lento que, para rendir
bien, requiere la presencia de dos punteros fuertes y rápidos, pues su virtud
es ser un pivote relativamente eficaz. La gran interrogante que surge a partir
de esta falta de gol es qué pretendía Jorge Sampaoli con la llegada de Luciano
Civelli, a quien deseaba incluir en la ofensiva. Civelli es un jugador caro y
discreto que no ha sido aporte para nada porque resultó que, al igual que Eduardo
Morante, es de cristal. ¿Francisco Castro? Desapareció absolutamente y debe
irse a préstamo para ver si alguna vez recupera el nivel del 2011. Pese a todo
esto, la responsabilidad no es sólo de ellos: es la rigidez del sistema lo que
está fracasando.
El
hecho de que ninguno de los delanteros que dejaron la U haya triunfado en el
extranjero demuestra que su éxito se debió al grado de sorpresa causado inicialmente
por la estrategia de Sampaoli y refuerza lo siguiente: este momento de inoperancia
no se solucionará cambiando hombre por hombre, sino realizando una nueva
versión del exitoso sistema del 2011. Como ya señalamos, la táctica azul ya fue
asimilada por los rivales y les basta con esperar y contragolpear para generar
daño. Por tal razón, es la zona media de contención la que debe robustecerse: suponiendo
que ya no se cometerá la idiotez de quedar con dos zagueros aislados en el
fondo, si se defiende con tres al menos deben incluirse dos volantes con
capacidad de quite, anticipo y remate de distancia. ¿Dónde están estos
jugadores? La tarea es, precisamente, hallarlos: ¿en Uruguay? ¿En Paraguay? ¿Será
ésta la verdadera función de Civelli? Puede ser. Las bandas por ahora parecen
estar cubiertas: si bien Matías Rodríguez aún está en deuda, al menos Paulo
Magalhaes puede reemplazarlo y por la otra punta están Eugenio Mena, Roberto
Cereceda y el promisorio John Santander. También ha resultado próspera la
aparición de Juan Ignacio Duma.
¿Qué
pasa con el resto? Llama la atención que los nuevos hinchas de la U, ignorantes de su pasado y
exitistas como las perras blancas, despotriquen contra gente como Guillermo
Marino y Gustavo Lorenzetti, los únicos capaces de poner algo de fútbol en el
medio. La salida de éste último en Sao Paulo fue responsabilidad del propio
Sampaoli, quien prácticamente lo sacrificó al desasistirlo entre la multitud de
volantes que dispuso el local. Marino, a su vez, fue quien salvó la obtención
del tricampeonato con un golazo en el epílogo de la final y cada vez que
ingresa en los segundos tiempos aporta claridad. Es un jugador elegante que por
ningún motivo debe abandonar la U.
¿Charles Aránguiz y Eugenio Mena? Desgraciadamente, estos deportistas de lujo
están reventados, situación en la que contribuyó el cerdo Borghi al nominarlos una
y otra vez a su aventura ordinaria e improductiva.
Este
encuentro con Sao Paulo marcará un antes y un después necesario;
infortunadamente, ocurrió de la peor manera posible: con un resultado absurdo
que hecha por tierra todas las bondades de este cuerpo técnico, el que jamás
comprendió que “no se puede arriesgar más
cuando se tiene menos”.
La cretina
prensa criolla, compuesta en su gran mayoría por guatones hijos de perra, ha
sido incapaz de analizar el partido y se refiere al cuadro paulista como si se
tratara de una potencia, cuando en realidad éste es uno de los equipos más
rascas que ha tenido Sao Paulo: jugaron de visita y de local de manera
vergonzosa, replegados como lauchas en campo propio, haciendo tiempo y
reventando el balón de manera indiscriminada. ¡Qué diría Telé Santana! Además,
contaron con el beneplácito de los árbitros, quienes los dejaron cortar el
juego a su antojo cada vez que la U
se lanzaba en ataque. Lo que saca de quicio es el marcador y la palabra “baile”
con la que se mofaron todos los medios de comunicación, pues la verdad es que,
como ya indicamos, los brasileños se pararon en campo propio y se limitaron a
contraatacar. Fue Sampaoli quien propicio la depredación: cada llegada brasileña
se convertía en gol gracias al desamparo de la defensa y los azules, por su parte, ejercieron
un dominio infructuoso. Los dos tantos del segundo tiempo fueron una vergüenza:
una barrera impresentable en el cuarto -el estorbo que causaron los rivales
debió evitarse a empujones - y una marca patética de Osvaldo González en el
quinto.
Así
las cosas, la Universidad
de Chile se despidió de la Copa Sudamericana
de la manera más triste. Al menos, Jorge Sampaoli reconoció su responsabilidad,
aunque ya inició su habitual ultimátum a la directiva: quiere refuerzos de
peso, pues su Morante y su Civelli resultaron ser los maniquíes más caros de la
historia del club.