Probablemente el de hoy sea uno de los clásicos más controvertidos de los que se tenga recuerdo. Sin disimular la natural antipatía hacia el equipo de Pinochet, intentaré ser objetivo y a la vez elocuente en el análisis de este nuevo épico cometido de la Universidad de Chile. El partido comenzó como se preveía: con dominio azul frente a un mezquino cuadro echado atrás en su propio reducto. La primera instancia relevante del encuentro ocurre cuando el protagonista Puga pita penal por falta en contra de Eduardo Vargas. No deja de sorprenderme la incapacidad o tal vez la ignorancia total de tanto comentarista de fruslería. Con una convicción pasmosa, algunos personajes que pretenden ser figuras televisivas, como Rodrigo Sepúlveda y el inaguantable Claudio Palma, postulan categóricamente que no hubo infracción. Todos quiénes hemos jugado fútbol -y más aún quienes practican el rugby- conocemos el denominado “tackle francés”. Eso es lo que ocurre en la jugada donde el flamante seleccionado nacional de apellido Vilches pasa a llevar sutilmente el tobillo derecho de Vargas, que producto de la gran velocidad con que entra al área cae derribado estrepitosamente. Probablemente haya que mostrarles una y otra vez el video en cámara lenta y con un profesor particular a estos opinantes inválidos. Hasta aquí el aspirante a juez del partido aún no era emblema de la incapacidad. Se visualizaba una jornada tranquila para la U. Sin embargo y como ha sido la tónica en muchos de los clásicos, el árbitro comenzó a adquirir ribetes de payaso convirtiéndose en el típico mentecato sesgado a favorecer al local. Hubo una gran cantidad de faltas violentas sufridas por jugadores azules que sólo fueron sancionadas con cartulina amarilla. Perfectamente pudieron implicar expulsiones para alguno de los albinos de Sodoma. El señor Puga comenzaba a dar señales del protagonismo que adquiriría. Primera jugada que traería consecuencias: una amarilla mostrada arteramente a Osvaldo González cuando se vio entrelazado con el impresentable portero Castillo. Luego vino la expulsión de Aránguiz, veamos: si el réferi sancionaba con amarilla la jugada probablemente pasaba colado. Es más, correspondía amarilla también para el jugador colocolense pues entró "en plancha". Celosamente "Punga" sacó la tarjeta roja y mandó a Aránguiz tempranamente afuera. Más tarde, Osvaldo González comete una infracción al borde de la cancha en contra del “pajarraco Gutiérrez”, quien se lanza al piso soltando un grito de sodomita excitado. Punga aplica la ley de la ventaja y, acto seguido, se produce el centro que rebota en el cuerpo de Osvaldo y luego en su brazo izquierdo, interrumpiendo de manera involuntaria la trayectoria de la pelota en el interior del área propia. Penal inexistente aunque cobrable bajo la lógica del arbitraje con inclinación. Era el empate transitorio del elenco vulgar y la ventaja de dos hombres producto de una segunda amarilla a González, que era expulsado antes de terminar el primer tiempo. Es decir, las vedettes jugaron gran parte del partido con dos hombres más y sólo consiguieron ponerse en ventaja de un gol producto del infortunio que sufrió Marcos González, quien no pudo recuperarse de un fuerte impacto en los testículos para saltar a despejar de cabeza justo cuando Paredes logra encajar el transitorio dos a uno. Hasta allí, quien era protagonista de ataques e intención de seguir yendo al frente era la U. Si, leyó bien: con dos hombres más el cuadro del magnicida no fue capaz de sacar suficiente diferencia en su manchado reducto.
Una faltita de Matías Rodríguez en mitad de cancha fue reclamada por los atemorizados jugadores del cuadro aborigen que reflejaban en sus nervios la incapacidad de superar al rival. Un histérico Castillo se desplazó varios metros desde su arco para intervenir verbalmente, obteniendo como resultado su expulsión. Continuaban con uno de ventaja y, lejos de sentirse superiores, la peristalsis aumentó en las entrañas de los mercenarios. Claro, uno más que el contrincante era sólo igualar condiciones dada la superioridad futbolística de la U. Así de “rascas” fueron los indios impotentes.
El broche de oro lo puso el empate en el último minuto con un certero “autogolazo” del señor Molinas. Premio a la actitud frente a la adversidad que debió enfrentar la Universidad de Chile en su visita al foso de Macul.
No quiero dejar pasar algunos hechos destacables de este partido. Albert Acevedo se graduó de estilista modelando la patilla del arquero Olivares. Quizá Puga pertenece al gremio y por ello no quiso expulsarlo. Con todo, buen partido de Acevedo y a esas alturas el arbitraje era un chiste.
Las declaraciones de Jaime Pizarro e Ivo Basay una vez finalizado el partido verdaderamente demuestran que la estirpe colocolina sufre serias malformaciones congénitas. Pregunto: ¿habrían despotricado tanto contra el arbitraje si hubiesen terminado ganando? ¿Nunca advirtieron el espectáculo de Morón y los marginales que rompieron la reja de gallinero del orgullo de estadio del que se jactan? Entre ese incidente, que pudo haber significado la suspensión del encuentro por riesgo inminente a la seguridad, y el de la afeitada a Olivares se consumieron por cierto los minutos que se aplicaron como descuento. Pero más allá de eso, la niña Basay declaró que habían logrado frenar a un equipo como la U y que el arbitraje influyó en no haber podido ganar. ¿Por qué no asume su minusvalía para abrochar una victoria cuando gozó de una superioridad numérica determinante durante gran cantidad de tiempo? Señores Basay y Pizarro, sigan trabajando y los invitamos para el próximo jueves a sintonizar la Copa Sudamericana.
Para cerrar, cómo no destacar la espontánea y genuina reacción de Sampaoli luego del hermoso empate ocurrido en el “mismísimo” último segundo. Una verdadera manifestación de compromiso y pertenencia. Una vez más, un partido que se cierra cinematográficamente frente a los repugnantes bufones del circo monumental.